Su encuentro se fundió en la niebla de una Barcelona en penumbras. Una pesadumbre de ultratumba ahogó la calle Garcia, y a ellos junto a ella.
Sus caras mostraban facciones cansadas y rendidas, su brillo habituál se desvaneció junto a la luz de la escena. Todo sucumbia bajo la oscuridad. Las únicas luces que tenían el valor asomar eran las de sus cigarrillos, y alguna ventana atrevida, decidida a romper la oscuridad con sus propias manos. Ésta no se dejó ceder.
Una conversación inaudible fluía entre ellos. No eran sus bocas las que hablaban, eran sus ojos.
Ojos que una vez emanaron luz, fuego y agua, ahora luchaban por no hundirse en tristeza. Un silencio espeso parecía rodearlos, silencio impuesto, silencio generado. No había más que hablar.
De una ventana en especial se escuchaba música. Música que él reconoció, y Ella ignoró. Me arriesgo a decir que eran los Rolling Stones, jóvenes y capaces aún. No es importante.
La despedida arrivó al encuentro. Se me antoja una tormenta de verano, rápida e inesperada.
Sus ojos dejaron de encontrarse, perdieron el eje. Los de Ella no evitaron fundirse en lágrimas, siquiera lo intentaron. Él intentó acompañarla, pero recordó que había perdido la capacidad de llorar, y que lo único que se le fundía era el corazón.
Recién ahora los cuerpos aparentemente inmóviles asoman los primeros movimientos.
Ella lo abraza, él accede sin pensar, le besa el cuello, y se lleva la escencia de su perfume en el alma, guardándola en una caja y anclándola ahi.
Se dicen "te amo", se despiden, y se van. Toman direcciones opuestas en la penumbra barcelonés. Él, encendiendo otro cigarrillo, se da la vuelta por última vez para guardar esa imagen, que ya no está.
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