Lo intenté por tercera vez,
me enfundé en mi traje beige,
miré hacia el suelo y me santigüé,
te encontré entre los escombros.
Y aún quedaba un muro en pie,
te vi apoyada en él y creo que
lo hacías para no perder la fe,
el Cristo en la pared se encogió de hombros.
Y tú con tu voz,
esa voz y tu pálida piel,
con el brillo en tu pelo del trigo,
con ese otro brillo que imagino tras tu abrigo.
Pasaste estos últimos inviernos
al calor de un infierno
construido en el amor
para acabar en demolición.
Me dices: ahora ya estás advertido,
no te fíes de un animal herido.
¿Y qué te iba diciendo yo?
Me he perdido.
Lo intenté siete veces más,
quería ver lo que hay detrás
de tu imperturbabilidad
y abrir tu puerta de cuarenta y tres candados.
Te adiviné en tu balcón
silbando una larguísima canción,
pensando es esto lo correcto o no,
así que hice chas y aparecí a tu lado.
Lo sabes, ahora ya estás advertido,
no te fíes de un animal herido,
y yo, descuida, le mentí,
soy un experto cazador.
¿Lo has visto? Es mi mundo derruido,
lo que hoy es puro mañana está podrido.
¿Y qué te iba diciendo yo?
Me he perdido.
Mátame si ya no te soy de utilidad,
mátame tras leer el mensaje,
pero ahora me desnudaré
sin quitarme el traje.
Lo he visto, este mundo al derrumbarse,
que lo natural es odiarse,
me dijiste, he de reconocer,
con cierta convicción.
Y entonces entonaste dulces gritos,
comenzó el más viejo de los ritos.
Fuiste tú, fui yo,
sencillamente fue algo superior.
Y añadiste, si lo hacemos tonto mío,
pues hagámoslo como es debido.
¿Y cómo es eso?, pregunté.
Y tú me dijiste: justamente así no.
Y paraste, me lo tengo prohibido.
Y yo protesté empapado y más que aturdido,
y ahora sí que sí que yo
me he perdido.
Que ahora sí que sí que sí
que sé que me he perdido,
porque sólo es pensar en ti y acabar perdido,
porque sólo con pensar en ti me pongo perdido.
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