viernes, 7 de octubre de 2011

Mount Blanc

 Qué envida poder ver ese balcón troquelado que enseña esa vista tan maravillosa que muestra todos tus miedos  y la película de todos tus tropezones, envueltos en un manto blanco de niebla y adiós.
 Pensar que antes apostabas sin siquiera pensar en tu bolsillo, excepto en ese que se apoya sobre la parte izquierda de tu pecho... acolchonando ilusiones. Se fué, y te dejó sólo lo que quiso darte y nunca supo cómo, ni cuando.
Perdiste la razón, el cariño, y la apuesta.

Ahora apostás a canciones tristes, tarde de café y cigarrillos, y a no perder nunca más ese trozo de vida que te arrancaron a mansalva, desangrándote el amor y derritiéndote la tranquilidad.

 Si escribo sobre mi, puedo decirte solamente que me enamoré de una rosa con espinas hasta en los pétalos. Pétalos teñidos de sangre y lágrimas de rimel. Lágrimas correspondidas, desalmadas, de pena y furia, brindando entre ellas con copas de cristal por la auto destrucción y el desengaño. Ojos negros sin brillo, ni calor, ni nada.
 Una espalda herida en varios lugares, desde las marcas que le dejaron sus alas al caerse, hasta las cicatrices de los azotes dados por su propia conciencia. Crueles y azucaradas memorias de un amor de estación. Pasajero. 
 Y un corazón tan lastimado que necesita más que cariño y devoción para seguir latiendo. Necesita motivos. 

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