domingo, 6 de marzo de 2011

Ojos dos ojos.

 Siendo los ojos la ventana al alma y a la propia verdad, no me niegues nunca tu mirada. Sólo así sé que sucede dentro tuyo. No me niegues ese derecho, ese placer.
 Siento que poner la honestidad en la sima de la escala de valores va a concederme con certeza una cuota asegurada de decepción y angustia durante el resto de mi vida. Teneme compasión, y no me mientas.
 Aunque, debo decir que no me afecta la acción en sí. Mentir. Es aún peor pensar que no se animen, que no se atrevan, que no se tomen el trabajo de develar la verdad. Es un verdadero dolor de huevos. Aunque, claro está que, también siento compasión por ellos. Y en cuanto a compasión, no me refiero a pena, en sí.
 Compasión es una palabra compuesta: Com-pasión. Es, básicamente, compartir el sentimiento ajeno, sea cual sea este. Puede ser amor, tristeza, miedo, alegria, verguenza... Entiendo el por qué no se animan, intento, al menos.
 Creo igual, que el problema radica en las maneras de cada uno. Creo que es natural sentir cierta extrañeza, por así decirle, a una forma distinta de actuar sobre un mismo punto. Es decir, ante una posibilidad, surgen distintas reacciones. Las que no están relacionadas con la propia pueden producir desconcierto, entre otras cosas. El hecho de decir: "yo no actuaría asi...", y saber que en verdad es cierto.

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