domingo, 20 de enero de 2013

Joha.

 Mi preciosa Joha... ¿Cuándo vas a volver al calor de mi pecho, y al frío crudo de mis pies desnudos? Cada vez que te recuerdo siento un vacío que no puede llenarse con nada que el hombre haya conocido. Nada artificial o natural. Me lleno de vacío.
 Supuse que lo nuestro era verdadero, por más banal que fuese aquella noche, lo nuestro perduró, lo nuestro atravesó las paredes de mi memoria y hoy permanece junto a mi como lo más preciado que me pertenece. Mi memoria no falla, jamás lo hizo, y te recuerdo como lo que fuiste: la mujer más bella que nadie ha visto jamás, y nos amamos, y me amaste y te amé. Por eso te amo, por amarme.
 Te presentaste perfecta ante mi, buscando algo que sentí me correspondía darte por más que me cueste hasta la salud. Tus ojos quisieron ver más de lo que, por su contextura achinada y ahogada en lágrimas y sangre, podían llegar a ver. Los gritos llenaron el cuarto y te hundiste en mis brazos. ¡Y yo que no sabía qué hacer!: Había visto cómo desenvolverme en innumerable cantidad de películas y libros, pero al verme en esa escena me sentí desnudo. Desnudo como vos.
 Me dejé llevar. El instinto me empujó a sostenerte sobre ese aire inundado de placer y dolor, sin dejar lugar al más mínimo intento de liberarte, o bien, dejarte caer sobre la nada. Y lo hice, y cuando lo hice te amé como nunca, como en las películas, como en los libros, te amé, y me amaste, y se notó en tus ojos marrón café.
 Las ventanas estaban ciegas y hasta la luna se asomó a ver semejante espectáculo. Cuando tu sollozo cesó, me miraste en una mueca indefinible como la de una muñeca de porcelana, agarraste con fuerza el dedo índice de mi mano derecha y te lo llevaste a la boca, dejándote ahí dibujar una sonrisa. Te llenaste de placer, y yo seguí pasmado, y mantengo la sensación incluso hoy.
 Aquella noche no hubo palabras, sólo acciones y sensaciones y emociones. Te bauticé Joha para llenar aquél vacío que dejaba tu nombre. Te sentó perfecto, y lo adoptaste como adoptaste el mío.

 Pasadas las dos o tres horas, las ganas de fumar que se gestaban en mí me obligaron a levantarme, la sala se vació y no quedó ni un doctor ni una enfermera. El fuego y el humo bajaron por mi garganta mientras apreciaba la noche desde mi balcón. Me llené de enfermedad y placer, y volví a mis aposentos a seguir durmiendo, esperando soñarte otra vez, para poder ser un mejor hombre para vos, haciendo que quizás, te quedes conmigo para siempre.

1 comentario:

  1. Julián, esto es sin duda lo mejor que escribiste hasta ahora. Felicitaciones, y que bueno que hayas vuelto.

    ResponderEliminar